Pontificia, Real, Ilustre, Franciscana y Muy Antigua Hermandad del Santo Rosario de la Divina Pastora de las Almas y Redil Eucarístico -CANTILLANA-

miércoles, 27 de agosto de 2014

¿Cómo explicarles, Pastora?


Si Sevilla fue la ciudad que alumbró al mundo la devoción a la Divina Pastora de nuestras almas, la villa de Cantillana la sacó de pila. Y le dio el reconocido y glorioso sobrenombre que ahora tiene, porque si al dulcísimo nombre de la Divina Pastora no se le añade el de Cantillana, parece que le faltara algo, y al mismo tiempo, ¿qué sería de Cantillana sin Ella, cómo sería posible entender la grandiosidad de esta devoción sin que el sagrado nombre de la Divina Pastora fuera fundido al de este bendito pueblo, corazón de la Vega sevillana? ¿Qué sería de Cantillana sin su Pastora? ¿Qué sería de la Divina Pastora sin Cantillana?

Tanto es así, tan unidos van pueblo y advocación, que lo mismo que el Padre Eterno desde el origen de los tiempos tuvo previsto la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora, también desde la eternidad de sus cimientos la parroquia de la villa, su iglesia, tuvo  preservado un hueco, el más importante, el que ocupa su corazón, para cuando Tú, Pastora bendita, quisieras anidar en él como en un sagrario silvestre,  donde todo un pueblo pudiera arrodillar su fe. Siempre te presintió, siempre te estuvo esperando. Hasta que hace ya más de trescientos años apareciste para tomar posesión del trono de amor desde donde reinas, alzada en la custodia de tu risco, como el más radiante sol que alumbra la vida de Cantillana.

Porque desde aquel primer ocho de septiembre el Viar reservó sus aguas más limpias, más cristalinas, y los campos de la Vega su más blanco algodón y sus mejores aceites de olivos y girasoles para ungirte con el óleo de la gracia como Reina, Señora y Emperatriz Soberana de tu pueblo.

Por eso tanto amor por la Pastora Divina, tanta simbiosis entre la Virgen y su pueblo, ha dado como resultado una de las formas de expresión devocional, una de las maneras más  peculiares y vibrantes de exteriorizar el amor por la Virgen Santísima que se pueda ver en nuestra geografía. Todo lo que se hace en honor de la Reina de Cantillana es brillante, superior a cualquier otro, insuperable, e irremediablemente asoma por cada poro de la piel de cal blanca y cegadora de sus calles, donde hablan de su devoción los retablos de azulejos en las paredes, las fotografías de la Virgen en los zaguanes de las casas, miles de medallas con su sagrada imagen sobre los corazones, el nombre bendito de muchas de sus mujeres....Todo en Cantillana habla de su razón de ser: La Divina Pastora.


Y es lo primero que percibe el que, aún no habiendo nacido en Cantillana, acude por primera vez a la llamada de la Virgen. Porque el inmenso poder de atracción que emana de la celestial sonrisa de la Pastora Divina cautiva y enamora, irremisiblemente y para siempre, y las muestras de fervor de su pueblo hacia Ella contagia y alecciona. Pero es el portento de la sagrada imagen de la Virgen la que justifica por sí misma su universal renombre. Cantillana es Ella.

 Y es que esto que sentimos los que una vez vinimos de lejos a tu encuentro y quedamos rendidos ante ti , tiene difícil o quizás imposible explicación.

Porque, cómo explicarles a los que aún no te conocen, Pastora amada, que desde el primer instante en que te vimos nos enredamos tanto en tus cosas que ya nuestra vida solo la riges Tú con tu suave cayado, que hasta quisiste admitirnos en tu redil una tarde de mayo, que desde entonces risco, septiembre, novena, arcos, sombrero, rosarios, función, domingo intermedio, día de los pastorcitos....fueron palabras habituales ya en nuestro vocabulario.

Cómo explicarles a los que todavía no tienen la suerte de pertenecer a tu aprisco, amorosa Pastora, lo que sentimos cuando en el último hálito de vida de agosto te alzan por primera vez al emprender el camino hacia el risco que te espera y que conforma el mejor retablo que nadie pudiera pensar para la Virgen, y desde donde irradiarás, deslumbrante de luz sobrehumana, la  indeclinable hermosura de tu imponente majestad, en un templo que nunca se nos muestra tan grandioso como cuando reinas desde esa montaña sagrada.
Cómo explicarles, Pastora querida, el temblor de la voz de los que por no ser pastoreños de cuna, nos unimos titubeantes al canto de tu himno en esos primeros compases del mes de septiembre al acabar el traslado y tomar posesión de tu trono rodeada de romero, corcho y lentisco, y que desde que lo oímos por vez primera pasa a ser patrimonio de nuestra memoria, poniendo luego en la distancia  banda sonora a la imagen de la Virgen interiorizada en nuestras retinas y en nuestras almas cada vez que lejos de Cantillana te invocamos.

Cómo explicarles, Pastora de nuestras almas, la impaciencia en el día más grande del año, venga o no venga en  rojo en el calendario de cada pueblo, de cada ciudad desde dónde acudamos a tu llamada, al ponernos en camino y recorrer la distancia hasta llegar a tus plantas; lo que el corazón siente cuando divisamos a lo lejos la torre de la iglesia engalanada, o pasamos el Rubicón al dejar atrás la ermita de los Pajares y adentrarnos en Cantillana, resplandeciente de luz con reflejos rojigualdas de las banderitas que tapizan su cielo.

Cómo explicarles, dulcísima Pastora, la emoción en las apreturas delante de tu paso, risco itinerante y todavía quieto dentro del templo, cuando encienden los candelabros; o cuando el almendro o el rosal que te cobija cruza rozando apenas el dintel de la puerta; y cómo se ensancha el corazón en la calle desatándose el clamor cuando aparece tu imagen ante el gentío que ansioso te espera; y cómo se vuelve a apretar en ese callejón que tiene la justa medida de tus nardos; y cómo se elevan las manos hacia ti, lo mismo que las palomas, cuando un sacerdote cantillanero y pastoreño revestido como para la más solemne ocasión te despoja del sombrero en la calle, en esa tu calle de Martín Rey en un delirio de arcos, flores blancas de papel, fuegos de colores y tromba de pétalos de rosas, volviendo a suscitar la eterna duda que tan dulcemente nos atormenta, de cómo está más guapa la Divina Pastora, con sombrero o sin sombrero.
Cómo explicarles, Pastora de la emoción, que en calor de esa noche irrepetible nos pueda recorrer un escalofrío cada vez que respondemos a los vivas de alabanzas que jalonan tu itinerario, y que acudan las lágrimas puntuales a su cita en ese viva donde mostramos nuestro orgullo de ser pastoreño y de tener a una Pastora que, siendo siempre la misma, es cada día más hermosa, más perfecta, más completa y más grandiosa.

Y cómo explicarles, Pastora de la nostalgia, cuando vemos que te alejas camino de la iglesia por la Cuesta del Reloj y presintiendo ya el final de la apoteosis, cómo la bruma de la tristeza y de la despedida nos va invadiendo el alma, y sobre todo a los que no tenemos la inmensa gloria de tenerte cerca y saber que mediará un tiempo para volverte a ver de nuevo, para que vuelvas a ser otra vez la bendita Pastora de la alegría, como cada vez que tu imagen va de romería a Los Pajares.

Esto no tiene explicación, muchos no comprenderán que estos sentimientos lo podamos albergar quienes no nacimos ni vivimos cerca de esta excelsa Señora, de esta Pastora que anula distancias, sin comprender que muchos nacimos pastoreños sin saberlo hasta que un buen día nos miró la Divina Pastora de Cantillana y aprendimos a honrarla según las leyes de su pueblo. Y ya no hay posible marcha atrás, y entonces entiendes que la distancia no tiene por qué ser el olvido.

Hay una seguidilla que se canta en el pueblo de El Alosno, en el Andévalo onubense,   que dice que "si con el pensamiento se caminara, cuántas veces al día contigo hablara; pero es mentira, que con el pensamiento no se camina". Y no es verdad, pues con el pensamiento, esa distancia que va desde la puerta de mi casa en Huelva hasta la puerta de tu iglesia, Pastora de mis sueños, yo la sé recorrer diariamente. Y esos ciento veintiún kilómetros que me separan de ti desaparecen en cuanto en ti pienso, y día a día te tengo presente en el altar que tienes en mi casa, en la estampa con las siete Avemarías por las siete letras que componen tu bendito nombre en mi mesa de trabajo, y en el cartel que anuncia tus Fiestas Mayores en la pared de la clase, y en mi boca alabando tus grandezas a todo aquel que le hablo de ti, y en el calendario que marca mi vida desde que te conocí, en ese antes y después de cada ocho de septiembre. Porque a pesar del espacio cuando te rezo me siento tan cerca de ti, Pastora clemente, como la oveja de la mano.

Y como yo, tantos y tantos que quedaron atrapados en el inmaculado hechizo de tu belleza desde el primer momento que te vieron.

Por eso, cuando pasa septiembre, todo vuelve a empezar en esa cuenta atrás que me llevará de nuevo ante ti. Y en el triduo a San Francisco por octubre, y en las misas de ánimas en noviembre, y cuando se monte el nacimiento en el santuario, y en el besapié al Pastorcito Divino, y en el triduo a D. Marcelo, y en la celebración de las candelas por la Purificación en febrero, y en el triduo de mayo, y en su besamanos, siempre que podáis, hacedme un hueco en algún banco de la iglesia porque allí estaré con el pensamiento, hasta que el atardecer de un nuevo ocho de septiembre, cuando el cielo tome el color sonrosado de las mejillas de la Virgen, candorosa Pastora, en el que otra vez, si Dios así lo quiere, volveré a unirme a ese letanía gloriosa y exhultante que la voz del pueblo eleva a la Reina y Señora de Cantillana. ¡Viva la Divina Pastora! ¡Viva la Pastora Divina! ¡Viva siempre la misma! ¡Viva el ocho de septiembre! y ¡Viva el orgullo de ser pastoreño!


Manuel Gómez Beltrán  (Cantillana y su Pastora, 2013)