Habiendo fundado Fray Isidoro de Sevilla la
Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana sobre 1720, exhortó y guió la
ejecución de una imagen que representara la advocación mariana que allí había
sembrado. Para dicha empresa recurrió al seguro mecenazgo de sus familiares los
Condes de Cantillana, de la familia de los Vicentelo de Leca; como en otras
ocasiones se vio necesitado al solicitar la ayuda de su hermano Antonio o del Marqués
de la Motilla para llevar a cabo el feliz asentamiento de la devoción pastoreña
en Sevilla.
El venerable capuchino debió indicar al
imaginero las directrices que debía respetar en la ejecución de la talla, que
no fueron otras que las señaladas en sus obras de la Pastora Coronada o
la Mejor Pastora Asunta, respecto al canon establecido para la
representación artística de la nueva advocación. La Pastora cantillanera se
adecua a estos requisitos que quedaron zanjados y resueltos definitivamente en
las Actas Capitulares de los Capuchinos de 1742 y en la obra isidoriana de la Vida
del V. P. Fray Luis de Oviedo. En esta última obra indica que si alguna
imagen de la Divina Pastora no siguiera este canon no se puede llamar
Pastora, aunque más Pastora la voceen. Y en Cantillana como tal la vocean,
puesto que encarna fielmente el deseo, casi obsesivo, de su padre fundador.
El resultado iconográfico es embelesador: una
talla de 1m,07 cm, ricamente estofada, policromada y encarnada representa a
María en la dulce advocación de Pastora. El carácter tan infantil y aniñado del
rostro delatan a una jovencita de no más de quince años, oscilación similar a
la de María en el momento de la Anunciación, si tenemos en cuenta la temprana
edad con que las jóvenes judías se desposaban. Este carácter infantil, bastante
preferido en el barroco sevillano por la eterna juventud que representa, se
acentúa gracias a los frescores empleados en la encarnadura, el rasgado de los
ojos, o el juego oculo-labial que produce la fusión de estados anímicos
opuestos y que provoca una expresión de armonía, equilibrio, misticismo,
serenidad, gracia y belleza... que difícilmente pueden explicarse. No sólo
fueron las finas gubias las que otorgaron belleza a esta imagen de la Divina
Pastora sino también la ornamentación rocalla que abunda por toda la talla,
tanto en el tratado del estuco como en el del estofado. Por si aún no se había
conseguido plasmar solemnidad y gracia en esta obra artística, el esmero en la
talla de la vestimenta las intensifica: ceñida y envuelta por un manto verde,
con pellica, túnica roja, camisa salmón y camisa blanca de interior; todo ello
dispuesto mediante pliegues y recogidos muy elegantes, acordes a la moda
señorial de la época y a las exigencias iconológicas de la advocación que
representa.
Desde 1934 se viene atribuyendo al insigne
imaginero Francisco Antonio Ruiz Gijón. Fray Juan Bautista de Ardales es el
adalid de dicha atribución, estableciéndola entre el mencionado imaginero y
algún discípulo suyo. Desde entonces, los investigadores han considerado obvio
mantener la atribución dentro de estos márgenes, así, mientras unos se decantan
por el mismísimo autor del “Cachorro”, otros, como Jorge Bernales Ballesteros
la fijan entre sus herederos. Las últimas investigaciones realizadas por el
método analógico, aplicando en la talla de Cantillana los grafismos de Gijón y
comparándola con otras de sus obras, como el conjunto de Santa Ana y la Virgen
Niña de la Iglesia de la Magdalena de Sevilla y la Divina Pastora de Santa
Marina, apuestan por la atribución a Ruiz Gijón. De ser así, la Divina Pastora
de Cantillana pudo ser realizada en el taller de Gijón ubicado por aquel
entonces en el número 57 de la actual calle San Luis de Sevilla, de donde
también saldría la Divina Pastora de Santa Marina.
Desde su llegada a Cantillana en el primer
cuarto del siglo XVIII hasta hoy, la imagen de la Divina Pastora recibe culto
en la Iglesia Parroquial de esta villa. Fue ubicada en varios retablos hasta
que en 1901, con el beneplácito del Arzobispo de Sevilla y Hermano Mayor
Perpetuo de la Hermandad don Marcelo Spínola y Maestre, se realizó el precioso
y definitivo camarín que hasta hoy la acoge, sometido a los pinceles de los
afamados pintores Ricardo López Cabrera y José Jiménez Aranda. La conservación
de esta imagen siempre ha sido un afán para los cantillaneros, como quedó
demostrado en 1936, cuando la Hermandad, previniendo el saqueo del templo
parroquial, acordó esconderla en el hueco de una chimenea tapiada de la casa
cercana de una hermana. Si entonces se mostraron valientes sus hermanos, más en
1931, cuando a pesar de no procesionar en Cantillana ninguna imagen debido a la
difícil situación socio-política que atravesaba España, la Divina Pastora lo
hizo, y con un fervor indescriptible.
Tratar de explicar la iconología de la Divina
Pastora de Cantillana sería interminable. Baste citar algunos de los símbolos
que la envuelven: la estrella que posa en la cabeza de su oveja indica que éste
es el Cordero de Dios, Sol matutino del Apocalipsis que señala a María Pastora
como Aurora del Astro esperado; la paloma que pende sobre su frente con rayos
de oro la señalan como anticipación de la Nueva Creación en Jesucristo; el
rosal que la cobija viene a ser la acumulación de las Ave María, las
rosas que las ovejas llevan en su boca para que ella las tome; el sombrero, de
tan pastoril esencia... Éste último ha recogido toda la pasión que los
cantillaneros sienten por su Divina Pastora, lo que explica la amplia variedad
de sombreros que posee, desde el siglo XVIII hasta hoy. Estos siguen el modelo
dieciochesco que pintores como Watteau, Carnicero Mancio o Paret y Alcázar
recopilaron en sus obras; confeccionados en variados textiles, en oro, plata,
pedrerías y un sin fin de flores y frutos que lo ornamentan.
Posteriormente a su llegada a Cantillana, la
imagen de la Divina Pastora se acompañó de manera habitual por una imagen de un
Niño Dios de muy buena factura, atribuida a la escuela montañesina. La imagen
del niño posee un rico y variado ajuar.