Habiendo fundado Fray Isidoro de Sevilla la
Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana sobre 1720, exhortó y guió la
ejecución de una imagen que representara la advocación mariana que allí había
sembrado. Para dicha empresa recurrió al seguro mecenazgo de sus familiares los
Condes de Cantillana, de la familia de los Vicentelo de Leca; como en otras
ocasiones se vio necesitado al solicitar la ayuda de su hermano Antonio o del Marqués
de la Motilla para llevar a cabo el feliz asentamiento de la devoción pastoreña
en Sevilla.

El resultado iconográfico es embelesador: una
talla de 1m,07 cm, ricamente estofada, policromada y encarnada representa a
María en la dulce advocación de Pastora. El carácter tan infantil y aniñado del
rostro delatan a una jovencita de no más de quince años, oscilación similar a
la de María en el momento de la Anunciación, si tenemos en cuenta la temprana
edad con que las jóvenes judías se desposaban. Este carácter infantil, bastante
preferido en el barroco sevillano por la eterna juventud que representa, se
acentúa gracias a los frescores empleados en la encarnadura, el rasgado de los
ojos, o el juego oculo-labial que produce la fusión de estados anímicos
opuestos y que provoca una expresión de armonía, equilibrio, misticismo,
serenidad, gracia y belleza... que difícilmente pueden explicarse. No sólo
fueron las finas gubias las que otorgaron belleza a esta imagen de la Divina
Pastora sino también la ornamentación rocalla que abunda por toda la talla,
tanto en el tratado del estuco como en el del estofado. Por si aún no se había
conseguido plasmar solemnidad y gracia en esta obra artística, el esmero en la
talla de la vestimenta las intensifica: ceñida y envuelta por un manto verde,
con pellica, túnica roja, camisa salmón y camisa blanca de interior; todo ello
dispuesto mediante pliegues y recogidos muy elegantes, acordes a la moda
señorial de la época y a las exigencias iconológicas de la advocación que
representa.

Desde su llegada a Cantillana en el primer
cuarto del siglo XVIII hasta hoy, la imagen de la Divina Pastora recibe culto
en la Iglesia Parroquial de esta villa. Fue ubicada en varios retablos hasta
que en 1901, con el beneplácito del Arzobispo de Sevilla y Hermano Mayor
Perpetuo de la Hermandad don Marcelo Spínola y Maestre, se realizó el precioso
y definitivo camarín que hasta hoy la acoge, sometido a los pinceles de los
afamados pintores Ricardo López Cabrera y José Jiménez Aranda. La conservación
de esta imagen siempre ha sido un afán para los cantillaneros, como quedó
demostrado en 1936, cuando la Hermandad, previniendo el saqueo del templo
parroquial, acordó esconderla en el hueco de una chimenea tapiada de la casa
cercana de una hermana. Si entonces se mostraron valientes sus hermanos, más en
1931, cuando a pesar de no procesionar en Cantillana ninguna imagen debido a la
difícil situación socio-política que atravesaba España, la Divina Pastora lo
hizo, y con un fervor indescriptible.

Posteriormente a su llegada a Cantillana, la
imagen de la Divina Pastora se acompañó de manera habitual por una imagen de un
Niño Dios de muy buena factura, atribuida a la escuela montañesina. La imagen
del niño posee un rico y variado ajuar.