Acabamos de comenzar octubre, mes que en la piedad popular está dedicado al Santo Rosario, devoción que ha alimentado la fe de generaciones de cristianos y que ha sido reiteradamente recomendada por los Papas. Juan XXIII la consideraba como una “muy excelente forma de oración meditada”. Juan Pablo II nos confesó que era su “devoción predilecta”. Benedicto XVI, por su parte, escribió que “si la Eucaristía es para el cristiano el centro de la jornada, el Rosario contribuye de manera privilegiada a dilatar la comunión con Cristo, y enseña a vivir manteniendo fija en Él la mirada del corazón para irradiar sobre todos y sobre todo su amor misericordioso”. En docenas de ocasiones ha alabado y recomendado esta práctica piadosa, respondiendo a quienes juzgan esta devoción como secundaria y trasnochada. En múltiples ocasiones ha animado a los fieles a “redescubrir” el rezo del Rosario y “a valorar esta oración tan querida en la tradición del pueblo cristiano”, invitando a los jóvenes a “hacer del Rosario la oración de todos los días” y a los enfermos, “a crecer, gracias al rezo del Rosario, en el confiado abandono en las manos de Dios”.
El papa Francisco, por su parte, ha declarado muchas veces que reza diariamente el Rosario de la Virgen María. “Soy de Rosario diario”, nos ha dicho más de una vez. Durante mucho tiempo rezó cada día las tres partes de Rosario. Hoy, por sus múltiples obligaciones, nos confiesa que no siempre lo consigue. Adquirió el hábito de rezarlo en su infancia. En su familia, particularmente devota de María Auxiliadora, se rezaba diariamente. “La Virgen María fue en casa una continua referencia”, ha comentado en ocasiones.
La devoción al Santo Rosario, tan sencilla como entrañable, ha ayudado al Santo Padre en las dificultades: “Una cosa que me hace más fuerte todos los días –reconoció hace algunos años- es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza tan grande, porque voy a estar con ella y me siento más fuerte”. En una ocasión, justificó su amor al Santo Rosario con estas palabras sencillas: “¡El Rosario me hace bien!”, aludiendo a continuación al papel decisivo de la Santísima Virgen en nuestra vida cristiana, como ayuda en nuestra debilidad, apoyo de nuestra fidelidad y auxilio en nuestra lucha contra el mal. En ella la Virgen nunca nos abandona: “María no nos deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre, camina con nosotros”.
El papa Francisco nos explica con mucha sencillez la misión de María en la Iglesia después de su asunción a la gloria celeste. Nos dice que la Madre de Dios, asunta y gloriosa en el cielo, no está lejos ni separada de nosotros. Al contrario, “María nos acompaña, lucha con nosotros, apoya a los cristianos en la lucha contra las fuerzas del mal. La oración con María, en particular el Rosario tiene esta dimensión ‘de combate’, es decir, de lucha, una oración que nos apoya en la batalla contra el Maligno y sus cómplices”. Ella es “quien nos lleva al Señor; es la Madre, es aquella que sabe todo” y nos acompaña, defiende y fortalece en la lucha contra el demonio, contra el pecado y contra el espíritu del mundo.
Más recientemente, en la introducción que ha escrito para el libro sobre el Rosario publicado por su secretario, Mons. Yoannis Lahzi Gaid, sacerdote copto, afirma que “el Rosario es la oración que acompaña siempre la vida, es también la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón”.
El rezo del Rosario es uno de los signos más elocuentes de nuestro amor a la Santísima Virgen. Por ello, todos tendríamos que tratar de recuperarlo. Como dice el Papa, hace mucho bien a quien lo reza devotamente. La contemplación de los misterios produce en nosotros una cierta connaturalidad con lo que meditamos, al tiempo que nacen en nuestros corazones las semillas del bien, que producen frutos de paz, bondad, justicia y reconciliación. Ningún buen cristiano debería acostarse tranquilo sin rezar cada día el Rosario.
Concluyo recordando a los sacerdotes algunas sugerencias sencillas: no dejéis perder la preciosa tradición del Rosario de la Aurora donde existe esta costumbre y creadla allí donde sea posible. Restaurad donde se haya perdido el rezo del Rosario en la parroquia antes de la Misa de la tarde. Sugiero otro tanto en los pueblos en los que no se celebra la Misa en los días laborables. No puedo comprender que la iglesia permanezca cerrada durante toda la semana. Siempre encontraréis un laico, hombre o mujer, que avise a toque de campana que un grupo de fieles se reúnen para honrar a la Virgen. Es una hermosa manera de mantener viva la fe de nuestro pueblo y de recordar a todos que, además de los valores puramente materiales, hay otros valores que dan firmeza y sentido a nuestra vida.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla