En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.Jesús se incorporó y le preguntó:
- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
- «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
- «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra
“Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?”, nos
dice la primera lectura de Isaías. ¿Qué es eso nuevo?, la respuesta está
en el Evangelio de este domingo. Lo nuevo es la reacción de Jesús, o
cumple la ley o salva a la adultera, no tiene ninguna duda, parece
desentendido: “escribía con el dedo en el suelo”, pero lanza un desafío:
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” y sigue
escribiendo. “Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,
comenzando por los más viejos, hasta el último”, se quedan solos. No hay
duda, algo nuevo está brotando.Jesús nos apunta la actitud que tenemos que tener los cristianos: condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”). Aún hoy este es un texto revolucionario, sobre todo para los rigoristas (fariseos) o los que no saben separar la ley y las normas; de la vida de esta mujer que puede ser recuperada. Hay que creer en Dios que es capaz de hacerlo todo nuevo y convertir a aquella pecadora en una mujer distinta, y hay que creer en la mujer, esperando en silencio, sin preguntas indiscretas.
Se trata de enfrentar a la mujer con el pecado que la esclaviza, para que tomando conciencia de sus ataduras, las rompa y se libere. Buscar salvarla no tanto de las piedras, cuanto de ella misma, por eso el silencio respetuoso, que sólo se rompe por la palabra amiga, que invita al cambio, que tiende la mano. Un cambio que se realiza en el mismo corazón de la mujer que descubre la vergüenza de la dignidad perdida y la liberación que la pone en pie y la hace echar andar con la esperanza de no volver a pecar.
Tenemos mucho que aprender de la manera de actuar de Jesús, en demasiadas ocasiones no creemos en la dignidad de las personas, sólo vemos y juzgamos sus acciones. No podemos tener el deseo de condenar a nadie, hay que agotar hasta el extremo la compasión, la misericordia, para salvar al que suponemos perdido, que siempre puede reanudar su vida. Esto es lo nuevo que nos cuesta asimilar y vivir en la experiencia diaria de nuestras comunidades y en la nuestra, que nos obliga a un cambio radical, de nuestras relaciones con los hermanos que creemos pecadores.
Cuantas habladurías, comentarios, descalificaciones, sobre todo cuando se trata de la moral: es madre soltera, está separada, viven juntos…; menos cuando se trata de lo social: paga mal a sus trabajadores, explota la precariedad… Violamos con mucha frecuencia esta página evangélica, amontonamos piedras, creyéndonos jueces de los demás y mejores que ellos, sin darnos cuenta, que desde los más viejos a los más jóvenes, todos tenemos mucho de luz y tinieblas.
“Anda, y en adelante no peques más”, como dice San Pablo en la segunda lectura: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta”, “todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo”. Este es el camino que hacemos con otros, aquella mujer y nosotros, con la mirada limpia, la sonrisa en los labios, el corazón renovado, buscamos la meta que nos conduce a la muerte de nosotros mismos, para llegar al hombre y la mujer nuevos, a la resurrección, a la Pascua.
No sabemos lo que hizo después aquella mujer, sí sabemos lo que hacemos nosotros cada vez que nos sentimos amados y perdonados por Dios y conseguimos restaurar nuestras vidas quebradas. Está claro que sólo el que se ha sentido profundamente perdonado, puede acoger al hermano caído. No seamos reacios al amor exagerado de Dios, Él: “Abre un camino por el desierto y ríos en el yermo”. Que fácil sería confesarse, pedir perdón, ponerse ante el Señor, con la confianza de que su amor lo hace todo nuevo, ¿no lo notáis cada vez que somos perdonados? Él escribe en nuestras vidas, nosotros nos regeneramos.
Julio César Rioja, cmf
(Fuente: http://www.ciudadredonda.org)