Queridos hermanos y hermanas: El jueves 19 de marzo, celebramos la solemnidad de san José. Son muchos los títulos que la Iglesia ha dado al santo
Patriarca, considerado patrono de la Iglesia universal, patrono de la
buena muerte y guía de la pastoral vocacional y de los seminarios, pues
no en balde fue el “rector” del primer seminario, el hogar de Nazareth,
en el que creció en edad, sabiduría y gracia el Sumo y Eterno Sacerdote.
Dado que en los últimos años su fiesta corre el riesgo de pasar
desapercibida, por haber sido suprimida del calendario civil, con mayor
razón dedico esta carta semanal a san José.
¿Qué lecciones encierra para nosotros su figura, tan distante en el tiempo y al mismo tiempo tan cercana? San
Bernardo dice que la virtud más característica del Santo patriarca es
la humildad. En el momento cumbre de la historia de nuestra salvación
desempeña un papel tan decisivo como discreto, humilde y silencioso,
haciendo de su vida el canto más sublime de las excelencias de esta
virtud tan necesaria para el cristiano. Efectivamente, la humildad es el
motor de la vida espiritual y de nuestra fidelidad. "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Sant 4,6). La Virgen reconoce en el Magnificat que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (Lc 1,52).
Jesús por su parte da gracias al Padre porque ha escondido los misterios del Reino a los sabios y entendidos de este mundo y los ha revelado a la gente sencilla
(Mt 11,25). Y es que Dios teme dar su gracia a los soberbios, porque
encontrarían nuevos motivos para enorgullecerse y atribuirse el mérito
de sus obras. Por ello, los soberbios y orgullosos se estancan en la
vida espiritual.
Por el contrario, Dios hace avanzar en el camino de la fidelidad a los
humildes y sencillos, que todo lo esperan de Él, conscientes de que sin
la ayuda de la gracia de Dios todo en nuestra vida será agitación
estéril (Jn 15,5). El Patriarca san José nos enseña a amar y vivir la
humildad de corazón, virtud clave, que nos permite avanzar en la vida
espiritual.
Precisamente por ello, san José es modelo y patrono de la vida interior. Fuera
de María, nadie ha vivido con mayor hondura que él la unión con el
Señor y la contemplación larga y serena del rostro de Cristo.
Pocas cosas son tan urgentes en esta hora de nuestra Iglesia como la
aspiración a la santidad, la vuelta a la oración y a la vida interior y
la recuperación de la dimensión contemplativa de nuestra vida, valores
olvidados por la cultura actual hasta límites sumamente peligrosos para
su misma subsistencia.
Así lo decía el Santo Padre Juan Pablo II a los jóvenes en Madrid en el marco de su inolvidable V Visita Apostólica a España: "El
drama de la cultura es la falta de interioridad, la ausencia de
contemplación... Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como
un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la
humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la
respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida
y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone
en peligro su misma integridad".
¡Cuánta verdad encierran estas palabras! ¡Cómo necesitamos todos,
sacerdotes, consagrados, seminaristas y laicos crecer en interioridad!
Parafraseando las palabras del Papa, me atrevo a decir que san José
entró por las sendas de la contemplación de la mano y en "la escuela de la Virgen María". Con ella, "modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora "aprendió" a no separar nunca la acción de la contemplación". En
la escuela de María y de José comprenderemos también nosotros que sin
oración, sin contemplación, sin vida interior, el cristianismo se
convierte en un mero hecho cultural o sociológico, nuestros cultos en
mero folclore religioso y nuestra cercanía a los pobres en mero
humanitarismo.
Eso ocurrirá si olvidamos que el centro del cristianismo no es
únicamente el recuerdo de una historia, sino un acontecimiento actual,
una persona viva, el Hijo de Dios, encarnado hace 2000 años, que se
queda en la Eucaristía como fuente de vida divina, en la que está tan
presente como lo estaba en el taller de José, haciendo fácil la
contemplación de José y de María.
Que san José nos ayude a todos a crecer en vida interior, a fortalecer
nuestra relación íntima, personal, cálida y amistosa con Jesucristo,
auténtico manantial de paz, de sentido, esperanza, dinamismo y alegría.
Acudamos a san José con esta intención y en todas nuestras necesidades.
Santa Teresa de Jesús nos dice en el libro de su Vida no recordar haberle suplicado cosa alguna que le haya dejado de hacer.
Con el deseo de que todos incorporéis a vuestra vida cristiana la
devoción a san José, para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla