En la tarde del pasado viernes, el Colegio de cardenales decidió en la octava Congregación General que el Cónclave para la elección del nuevo pontífice se abrirá el martes 12 de marzo de 2013. Ese día, por la mañana, se celebrará en la basílica de San Pedro la Santa Misa "Pro eligendo Romano Pontífice" y ya por la tarde los purpurados entrarán en el Cónclave. Para la elección del nuevo Papa, el cardenal elegido deberá recibir un mínimo de 77 votos de los 115 posibles, obteniendo así dos tercios de los votos. Mientras llega ese momento, los católicos de todo el mundo continuamos rezando para la pronta elección del nuevo Pastor de la Iglesia Universal.
Cónclave: de Viterbo a la Capilla Sixtina.
La tradición sitúa el origen del cónclave en 1268, cuando un
fraile franciscano decidió acabar con una situación de desgobierno en la Iglesia , motivado por el
excesivo retraso de los cardenales romanos en elegir al sucesor de Clemente IV.
Ese fraile fue Juan da Fidanza, quien más tarde sería conocido como San
Buenaventura, general de la
Orden de San Francisco y doctor de la Iglesia. Consciente
de la necesidad de poner remedio a una situación que ya duraba tres años, el
doctor seráfico ordenó a sus discípulos de Viterbo (una ciudad a 80 kilómetros al
norte de Roma) que encerraran a los cardenales en el palacio episcopal.
Cónclave viene del latín cum clavis (bajo llave), que es
como se encontraban los purpurados que terminaron por elegir pontífice a Gregorio X.
Este Papa convocaría en 1274 el Concilio de Lyon con el objetivo de regular las
condiciones de los sucesivos cónclaves. La normativa para la elección del
Romano Pontífice ha sido reformada en varias ocasiones. Siete siglos y medio
después de aquel encierro cardenalicio, la sede vacante y la elección del
pontífice están reguladas por la constitución apostólica de Juan Pablo II
Universi Dominici Gregis, un documento con 92 artículos, algunos de los cuales
han sido modificados por Benedicto XVI el 22 de febrero pasado, a través de una
carta apostólica, en forma de motu proprio.
Renuncia con precedente. Pocos años después de que
San Buenaventura forzara a los cardenales a poner remedio al vacío de poder,
Celestino V (que posteriormente sería elevado a los altares) renunció
voluntariamente al Papado el mismo año de su elección, 1294. Una situación que quedó en el olvido histórico hasta
que el pasado 11 de febrero Benedicto XVI utilizara el latín para anunciar su
renuncia por “falta de fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio de
Pedro”. Esto dio pie a una situación con algunas lagunas en lo referente al
status de Benedicto XVI a partir de las ocho de la tarde del 28 de febrero. El
padre Federico Lombardi desveló que el tratamiento será de Papa
emérito o Romano Pontífice emérito.
En el cónclave participarán todos los cardenales que no
hayan cumplido 80 años, siendo el número máximo de cardenales electores de 120.
En esta ocasión, serán 115 los electores tras la última renuncia del cardenal
Keith O´Brien. España aporta cinco cardenales al cónclave: mons. Amigo Vallejo,
mons. Rouco Varela, mons. Martínez Sistach, mons. Antonio Cañizares y mons. Santos Abril y
Castelló. Italia, con 21, seguirá siendo el país con más representantes. La normativa
establecía que el cónclave empezaría entre 15 y 20 días después de que la Sede Apostólica
estuviera vacante. Con la reforma de Benedicto XVI, no hay que esperar
necesariamente 15 días para iniciar el cónclave.
Pocos lugares más simbólicos que la Capilla Sixtina
para albergar la elección de un Papa. Los cardenales elegirán al pontífice
número 266 con el ‘Juicio final’ de Miguel Ángel como testigo solemne del
juramento que precederá a cada elección: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el
cual me juzgará de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Si bien lo normal es que
el nuevo pontífice salga de los 115 cardenales electores, éstos pueden dar su
voto “a quien, incluso fuera del Colegio Cardenalicio, juzguen más idóneo para
regir con fruto y beneficio a la
Iglesia universal”. Si el elegido no tiene el carácter
episcopal, será ordenado obispo inmediatamente.
Mientras dura la elección, los cardenales residirán en la Domus Sanctae
Marthae, una residencia ubicada en el Vaticano que estos días está siendo
preparada para acoger a los miembros del Colegio Cardenalicio. La Universi Dominici
Gregis contiene varias prevenciones sobre el secreto del cónclave y la
prohibición de establecer contacto con los cardenales. De modo especial se
prevén “precisos y severos controles, incluso con la ayuda de personas de plana confianza y probada
capacidad técnica, para que en dichos locales no sean instalados dolosamente medios audiovisuales
de grabación y transmisión al exterior”. En todo el tiempo que dure la
elección, los cardenales están obligados a “abstenerse de correspondencia epistolar y de
conversaciones incluso telefónicas o por radio” con el exterior.
Una vez que el maestro de Celebraciones Litúrgicas pronuncie
el “extra omnes”, todos los ajenos al cónclave deberán salir de la Capilla Sixtina.
Comienza así la elección, que consta de tres fases: preescrutinio, escrutinio
verdadero y propio, y postescrutinio. La tarde del primer día ya habrá un solo
escrutinio y, si no resulta nadie elegido, se realizarán dos votaciones tanto
en la mañana como en la tarde de los días sucesivos.
La papeleta tendrá forma rectangular y contendrá la
siguiente leyenda: “Eligo in Summum Pontificem”. Cada elector escribirá “claramente, con
caligrafía lo más irreconocible posible” el nombre del elegido, y doblará dos
veces la papeleta. Cuando llegue su turno, la portará hasta la urna situada en
el altar, donde estarán los tres escrutadores, que habrán sido elegidos
previamente por sorteo. Una vez hayan votado todos los cardenales, y tras el
recuento de papeletas, el primer escrutador las toma de una en una, observa el
nombre que aparece en cada papeleta y la pasa al segundo escrutador. Éste
comprueba el nombre escrito y la pasa al tercero, el cual la lee en voz alta e
inteligible antes de perforarlas con una aguja en el punto en que se encuentra
la palabra Eligo, y las inserta con un hilo. Resultará elegida la persona que
alcance al menos los dos tercios de los votos. Tras la revisión, y antes de que
los cardenales abandonen la
Capilla Sixtina , todas las papeletas son quemadas por los
escrutadores, produciendo la fumata blanca o negra (ésta última se consigue
usando paja mojada) dependiendo de que haya o no nuevo Papa. Al final de cada
elección, el camarlengo redactará un escrito que reflejará el resultado de las
votaciones. El escrito se entregará al nuevo pontífice y se conservará en sobre sellado, no
pudiendo ser abierto por nadie, “a no ser que el Sumo Pontífice lo permitiera
explícitamente”.
Tras tres días sin resultado positivo, se suspende la elección por una jornada. Posteriormente, si después de siete escrutinios tampoco hay elegido, se hace otra pausa. El proceso se repite de nuevo, con otras siete votaciones y, si continúa la situación, hay un cambio: “solo tendrán voz pasiva los dos nombres que en el escrutinio precedente hayan obtenido la mayoría de los sufragios, sin apartarse de la norma de que también en estas votaciones para la validez de la elección se requiere la mayoría cualificada de al menos dos tercios de los sufragios de los cardenales presentes y votantes. En estas votaciones, los dos nombres que tienen voz pasiva carecen de voz activa”.
“¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?”…
El momento culminante del cónclave será cuando el cardenal decano –o el primero
de los cardenales en orden o antigüedad- pida el consentimiento al elegido. Una
vez efectuado, se le preguntará el nombre que desea como Papa, y tras recibir
el gesto de respeto y obediencia de los cardenales electores, el nuevo pontífice comparecerá en el
balcón principal de la
Basílica de San Pedro tras el primero de los cardenales
diáconos, que será el encargado de anunciar al pueblo el nombre del nuevo Papa.
Éste impartirá allí su primera bendición apostólica urbi et orbi. Entre tanto,
el Papa Emérito conocerá el nombre de su sucesor recién instalado en el
monasterio Mater Ecclesiae, ubicado en las colinas del Vaticano. Le espera una
vida de oración “más adecuada a su edad y fuerzas”, apartado ya de la
responsabilidad que supone guiar la
Barca de Pedro en medio de un mundo necesitado de un mensaje
de esperanza.
(ArchiSevilla Digital 01/03/2013)