Pontificia, Real, Ilustre, Franciscana y Muy Antigua Hermandad del Santo Rosario de la Divina Pastora de las Almas y Redil Eucarístico -CANTILLANA-

lunes, 10 de diciembre de 2012

Fray Bernardino de Laredo, un místico franciscano a los pies de la Divina Pastora.


Tal día como hoy, 10 de diciembre, de hace ahora 57 años se descubrieron y trasladaron los restos de fray Bernardino de Laredo desde la antigua iglesia del convento franciscano de Cantillana hasta su iglesia parroquial, donde desde entonces descansan ante el altar de la Divina Pastora, a cuya Pontificia, Real y Franciscana Hermandad confió su custodia la autoridad eclesiástica. En el año 2005, con motivo del cincuenta aniversario de este acontecimiento, nuestra decana publicación Cantillana y su Pastora, incluyó un interesante artículo realizado por el recordado Basilio Pérez Camacho y su esposa Mª de las Mercedes Lomas Campos, donde se glosaba la vida, obra e importancia de este místico franciscano precursor de la farmacia española. Para conmemorar esta efeméride, hoy traemos a este espacio el mencionado trabajo para disfrute de nuestros lectores.


Fray Bernardino de Laredo (1482-1540)
Cincuenta años a los pies de la Divina Pastora de Cantillana

Nuestra hermandad tiene este año el privilegio de conmemorar un feliz y dichosísimo aniversario: el 10 de diciembre de 1955 fueron trasladados a nuestra parroquia los restos mortales de fray Bernardino de Laredo, ilustre franciscano y uno de los principales autores místicos del siglo XVI, y depositados a los pies de nuestra Divina Pastora, ocupando lugar preferente delante de su camarín.

Bernardino de Laredo nació en Sevilla en 1482, en el seno de una ilustre y acomodada familia, entrando desde muy niño al servicio de Jorge Alberto de Portugal, conde de Gelves, como paje. A los 12 años había sentido la llamada hacia la vida monástica, siendo disuadido y estudiando entonces Latín, Artes, Teología y, sobre todo, Farmacia y Medicina, alcanzando el título de Licenciado y Doctor. Si bien hay autores que dudan de que poseyera realmente dichos títulos, todos coinciden en que consiguió un perfecto dominio teórico-práctico de las mismas. A los 28 años se agudizó su vocación, entrando en el convento de San Francisco del Monte (Villaverde del Río) en 1510, como lego converso, en la provincia de los Ángeles. Aunque pasó allí gran parte de su vida religiosa, sus conocimientos médicos hicieron que sus superiores le nombraran enfermero de la comunidad y boticario de la provincia. Su fama se extendió rápidamente y fue llamado a la corte de Juan II de Portugal, convirtiéndose en su médico particular, así como de la reina Catalina, hermana del emperador Carlos V, y de su esposo Juan III.

Su saber se plasma en dos obras fundamentales en la historia de la Medicina: Metaphora medicinae (Sevilla, 1522), manual de medicina de indudable utilidad para las enfermerías conventuales, y Modus faciendi cum ordine medicandi. (A médicos y boticarios muy común y necesario, Sevilla, 1527). Esta última es la primera farmacopea escrita en castellano, compilada de las obras de Galeno, de Mesué y de Nicolás, ensalza las virtudes de la medicina y contiene la descripción de diversas enfermedades con sus correspondientes recetas, cálculo de las dosis y propiedades de los medicamentos. Fue prácticamente de obligada tenencia en las oficinas de farmacia hasta bien entrado el siglo XIX. La última parte de la obra se titula Libro de notables anatómicos, y describe las funciones vitales del hombre, aunando la Anatomía y la Fisiología siguiendo la concepción galénica. Igualmente, la Crónica franciscana de la provincia de los Ángeles le atribuye un Tratado contra el uso del vino.

No obstante, serán sus obras religiosas las que más fama le han otorgado, colocándolo entre la elite de autores místicos del quinientos. Especialmente, la Subida del Monte Sión (Sevilla, 1535), revisada y remodelada por el autor en 1538, en cuya edición y posteriores incluye un pequeño tratado, a modo de apéndice ―Josephina―, obra curiosa sobre las glorias y patrocinio de San José y que propició la veneración popular hacia el santo Patriarca.

La Subida del Monte Sión está dividida en tres partes, según las tres fases de la vida espiritual que él propone en tres jornadas o semanas: la vía purgativa, que se logra mediante el autoconocimiento y desprecio de sí mismo o “aniquilación”; la iluminativa, que centra la segunda fase del camino, en la que el cristiano descubre a Cristo, resaltando su humanidad (y especialmente los misterios de la Natividad, la Pasión y glorificación de Cristo); y la unitiva, que inspira la tercera parte, con la contemplación perfecta que permite la unificación con Dios. En realidad, cada parte no propone ejercicios para meditar en una semana, sino en el tiempo necesario para lograr un dominio de los temas y las prácticas propuestas.

En la obra se puede apreciar una inspiración genuinamente culta, fundada en la Biblia y en los clásicos de la espiritualidad medieval: Ricardo de San Víctor, Francisco de Osuna, Enrique Herp y Hugo de Balma, entre otros. A su vez, la Subida del Monte Sión tuvo una influencia capital en la vida y obra de otros grandes místicos españoles como Juan de los Ángeles, Baltasar Álvarez, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. Esta última reconoce el poderoso influjo que Bernardino de Laredo ejerció en ella, al haber subrayado en un ejemplar de la Subida del Monte Sión, con una línea roja, los pasajes que juzgaba eran como el espejo y el molde de sus propias experiencias, habiéndose visto reflejada allí:

[D]íjome... que pensase todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo que era mi oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo decir, ha poco me lo dio Dios... Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno que llaman Subida del Monte en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar en nada, que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada cuando tenía aquella oración... (Vida, cap. 23).

Fray Bernardino de Laredo murió en 1540 (1545, según autores) siendo enterrado en el convento de San Francisco del Monte de Villaverde del Río, pueblo cercano a Sevilla, y cuyo convento se encuentra actualmente en ruinas. Sin embargo, y a pesar de los malos vientos que corrían para el monasterio, causando su abandono y destrucción, con el traslado de algunos de sus altares, campanas y otros utensilios sagrados a Cantillana, los restos de fray Bernardino no se perdieron. En 1771, manos piadosas los trasladaron al convento de su Orden en esta villa, y aquí fueron colocados, según reza la inscripción de la primitiva losa sepulcral con azulejos sevillanos del siglo XVIII y que mide 83x55 centímetros, donde se puede leer: Aquí yacen los huesos del V.F. Bernardino de Laredo, varón insigne en letras, virtudes, milagros y devoción a María Santísima La Portera, trasladados con esta prodigiosa imagen del convento de N.P.S. Francisco del Monte a éste de Cantillana. Año de 1771.

La imagen de la Virgen a la que llamaban La Portera, pintada en un lienzo, fue colocada en el retablo del altar mayor de nuestro convento, en el lado de la Epístola. Tras la exclaustración del siglo XIX dejó de celebrarse culto en el convento y se llevó a la iglesia parroquial, de donde desapareció después de los sucesos de 1936.

Paralelamente a los preparativos que la Hermandad de la Divina Pastora estaba llevando a cabo desde Cantillana, para culminar su objetivo sobre los restos de fray Bernardino, surgió fruto de la casualidad otro hecho paralelo. De todo ello dan cuenta los numerosos artículos aparecidos en los diarios de la época como El Correo de Andalucía y ABC, entre otros.

De uno de ellos, firmado por el doctor Rafael Roldán y Guerrero, del Instituto de España, publicado en El Correo de Andalucía el 17 de septiembre de 1955, podemos sacar las siguientes conclusiones: No se ha escrito mucho sobre fray Bernardino de Laredo, o por lo menos no tanto como él se merece, pero sí lo suficiente para tener de su figura una acabada idea. De este ilustre franciscano se han ocupado Pontes y Rosales, Olmedilla y Puig, Folch y Andreu, así como recientemente Caballero y Villaldea, entre los farmacéuticos, aparte de otros escritores, entre los que sobresalen Arana de Varflora y Méndez Bejarano.

Había, sin embargo, algunas lagunas por conocer y, gracias a la inteligente actuación de don Francisco Murillo Campos, se han podido averiguar recientemente dos cosas de bastante importancia. Una, la localización del convento de franciscanos en donde ejerció la Farmacia fray Bernardino de Laredo. Otra, la determinación del sitio en que están sepultados sus restos mortales. En una y en otra se ha logrado pleno éxito, habiendo sido más laboriosas las gestiones para descubrir la segunda que la primera.

Se decía siempre, por los diversos autores que de fray Bernardino de Laredo se han ocupado, que éste había ejercido la Farmacia en el convento de Franciscanos situado en Valverde, cerca de Sevilla, sin que se dieran más detalles. El señor Murillo logró averiguar que el citado convento, que se llamó San Francisco del Monte, estuvo situado en Villaverde del Río (no Valverde), pueblo cercano a Sevilla y cuyo convento se encontraba ya en ruinas.

Sobre el lugar en donde pudiera haber sido enterrado el cuerpo de Laredo, alguien le sugirió al señor Murillo que tal vez pudiera estar en Usagre o en Bienvenida, pueblos de Badajoz y próximos a la provincia de Sevilla. La contestación del Ayuntamiento de Usagre fue negativa, mientras que la del cura párroco de Bienvenida informaba de que en el centro de la cripta de la iglesia parroquial había un ataúd deshecho por la acción del tiempo, conteniendo el esqueleto, al parecer de un fraile, pero que no se podía precisar de quién era.

Cabía la posibilidad de que estos restos encontrados en Bienvenida fuesen los de Laredo, pero al estar revestido con los ornamentos sacerdotales, cuando fray Bernardino no había sido más que hermano lego, hacían apartar con cierta facilidad dicha posibilidad.

 El señor Murillo marchó a Bienvenida a finales de julio, acompañado por el investigador y profesor de la Universidad de Sevilla don José Guerrero Lovillo y, tras detenidas investigaciones, dedujeron que aquellos restos correspondían a don Juan Riego, vicario general del Priorato de San Marcos de León, que falleció en 1498.

Estábamos, pues, como al principio, sin poder averiguar nada, cuando llegó a manos del señor Murillo una obra editada por la Biblioteca de Autores Cristianos, que se titula Místicos Franciscanos Españoles (Madrid, 1948), en cuyo tomo II y en la página 16, al hablar de Laredo, hay una llamada al pie de la página que dice textualmente lo siguiente: Día 16 de Abril, pág. 143 (Roma, 1938). Lápida sepulcral de Fr. Bernardino de Laredo, en Cantillana (Sevilla), convento de la provincia franciscana de los Ángeles, hoy en ruinas.

Esto aclaraba totalmente el problema. Se escribió al cura párroco de Cantillana pidiendo confirmación, y la contestación ―por carta del coadjutor de la parroquia― no se hizo esperar, confirmando que, en efecto, en el convento de franciscanos situado en Cantillana se encontraba la sepultura de fray Bernardino de Laredo, añadiendo que, por el estado ruinoso del convento, ha tiempo se había acordado trasladar estos restos a sitio más decoroso, a la iglesia parroquial, y que este traslado ―para el que ya tienen autorización― pensaban efectuarlo en los primeros días del mes de octubre próximo.

El doctor Rafael Roldán se preguntaba si los farmacéuticos españoles podían permanecer cruzados de brazos ante estos hechos, proponiendo a la Sociedad Española de Historia de la Farmacia que tomara parte activa en la traslación de los restos y que gestionara ante el párroco de Cantillana su aplazamiento, sólo un par de meses, para que diese tiempo a organizar lo que se hubiera de hacer, y que la Sociedad de Historia, puesta al habla con la Inspección Provincial de Farmacia de Sevilla y con el Colegio Oficial de Farmacéuticos de dicha provincia, organizaran unos actos conmemorativos de la persona de fray Bernardino de Laredo, con ocasión del traslado de sus gloriosos restos, actos que deberían de hacerse en colaboración con las autoridades eclesiásticas, Gobierno Civil, Diputación Provincial, ayuntamientos de Sevilla y Cantillana, e incluso de los franciscanos de la provincia.

Algunos lectores se estarán preguntando por qué sus restos fueron recogidos por la Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana y enterrados delante de su altar. Debido a los sucesos acaecidos durante la guerra civil de 1936, nuestra hermandad perdió el retablo que enmarcaba su precioso camarín, siendo emplazado por algunos elementos decorativos en maderas y telas de damascos hasta que, más tarde, la hermandad decidió erigir un nuevo retablo a su amantísima titular. El 12 de abril del año 1953 se elevó una petición al Palacio Arzobispal pidiéndose la concesión del antiguo retablo mayor del extinguido convento franciscano de nuestra Villa para, una vez reformado, ponerlo en la parroquia delante del camarín. Esta licencia se concedió el 5 de mayo de 1953. Fue restaurado y ampliado en los talleres de Francisco Domínguez Ortiz, dorado con oro fino de ley en toda su extensión superficial. El proyecto fue aprobado por la comisión de arte del Arzobispado de Sevilla, afirmándolo José Domínguez e Ignacio Sáenz Guirado, con fecha del 8 de octubre de 1954.

Pero, como dice el coronel Manuel Isidoro Pérez Fernández en su artículo “Fray Bernardino de Laredo, ovejuela de la Divina Pastora” (ABC, 25 de enero de 1956), en el antiguo convento de San Francisco quedaban los restos de un varón insigne en letras, virtudes y milagros.

La Hermandad de la Divina Pastora no podía olvidar su prosapia franciscana. Por eso, en 1954, solicitó, gestionó y obtuvo de la Nunciatura Apostólica y del Arzobispado de Sevilla la custodia y autorización para el traslado de los restos de fray Bernardino y su inhumación delante del camarín de la Divina Pastora, a los pies de su altar.

El 10 de diciembre de 1955, con asistencia de varios miembros de la Sociedad de Historia de la Farmacia acompañados de la Junta del Real e Ilustre Colegio de Farmacéuticos de Sevilla y de los integrantes de la comisión organizadora del homenaje a fray Bernardino de Laredo, se celebró un emotivo acto, que consistió en el traslado de los restos del insigne franciscano desde el convento de Cantillana a la iglesia parroquial, donde recibieron definitiva sepultura ante el altar de la Divina Pastora, después de rezarse solemne misa. En el curso del citado acto pronunció unas palabras fray Serafín de Ausejo, provincial de los capuchinos y promotor del traslado y homenaje, quien hizo una brillante semblanza de fray Bernardino de Laredo. Seguidamente, acudieron al domicilio de Magdalena Artal, donde se celebró un banquete.

 A mediodía se reunieron los farmacéuticos en el Real Círculo de Labradores de Sevilla en un almuerzo de confraternidad. Finalmente, por la tarde, tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad una velada necrológica en memoria del ilustre franciscano y hombre de ciencia. Presidió el acto el arzobispo-administrador apostólico doctor Bueno Monreal, a quien acompañaban el gobernador civil, rector de la Universidad y presidente de la Audiencia, con otras autoridades y personalidades.

En primer lugar habló Rafael Roldán, general de Farmacia quien, a la luz de las más autorizadas fuentes, glosó la personalidad de fray Bernardino, de quien afirmó que “si no puede decirse que sea en sentido académico médico o farmacéutico, sí puede asegurarse su gran valía científica”. Seguidamente, el doctor De la Vega dio lectura al trabajo enviado por el doctor Folch, catedrático de la Facultad de Farmacia de Madrid, estudiando la personalidad de fray Bernardino en su aspecto científico. Por último, fray Santiago Alcalde, franciscano, estudió a su ilustre hermano en religión bajo el aspecto teológico y místico, demostrando con textos del propio biografiado la influencia que el espíritu de San Francisco ejerció en su carácter y en su estilo.

En Cantillana estamos orgullosísimos de custodiar a tan ilustre personaje, esperando, con este artículo, despertar a algunos para los que permanecía en cierto anonimato, a la vez que reseñar la importancia que ha adquirido en los últimos años, convirtiéndose en el gran protagonista de estudios y tesis, tanto por parte de autores españoles como extranjeros.

Y desde aquí exhortamos a nuestra hermandad para que restaure la primitiva lápida sepulcral y la coloque en lugar destacado. Y pedimos al pastoreño que, cuando se encuentre ante nuestra Divina Pastora, entorne sus ojos y repare en la inscripción que recuerda a nuestro venerable personaje: Aquí yacen los huesos del V.F. Bernardino de Laredo, místico franciscano, honra y prez de la Farmacia española y varón insigne en letras, virtudes, milagros y devoción a María Santísima La Portera. Fallecido en 1540, sus restos fueron traídos del convento de San Francisco del Monte al de Cantillana en 1771. Con intervención de la Sociedad Española de la Farmacia fueron trasladados a esta iglesia parroquial el día 10 de diciembre de 1955 para su inhumación solemne ante el altar de la Divina Pastora a cuya hermandad concedió la autoridad eclesiástica la custodia de tan venerables restos.

Y le dedique igualmente una oración.

Basilio Pérez Camacho y Mª de las Mercedes Lomas Campos
(Cantillana y su Pastora, nº10)