Tal día como hoy, 10 de diciembre, de hace ahora 57 años se
descubrieron y trasladaron los restos de fray Bernardino de Laredo desde la
antigua iglesia del convento franciscano de Cantillana hasta su iglesia
parroquial, donde desde entonces descansan ante el altar de la Divina Pastora,
a cuya Pontificia, Real y Franciscana Hermandad confió su custodia la autoridad
eclesiástica. En el año 2005, con motivo del cincuenta aniversario de este
acontecimiento, nuestra decana publicación Cantillana y su Pastora,
incluyó un interesante artículo realizado por el recordado Basilio Pérez
Camacho y su esposa Mª de las Mercedes Lomas Campos, donde se glosaba la vida,
obra e importancia de este místico franciscano precursor de la farmacia
española. Para conmemorar esta efeméride, hoy traemos a este espacio el
mencionado trabajo para disfrute de nuestros lectores.
Fray Bernardino de Laredo (1482-1540)
Cincuenta años a los pies de la Divina Pastora de
Cantillana
Nuestra hermandad tiene este año el privilegio de conmemorar
un feliz y dichosísimo aniversario: el 10 de diciembre de 1955 fueron
trasladados a nuestra parroquia los restos mortales de fray Bernardino de
Laredo, ilustre franciscano y uno de los principales autores místicos del siglo
XVI, y depositados a los pies de nuestra Divina Pastora, ocupando lugar
preferente delante de su camarín.
Bernardino de Laredo nació en Sevilla en 1482, en el seno de
una ilustre y acomodada familia, entrando desde muy niño al servicio de Jorge
Alberto de Portugal, conde de Gelves, como paje. A los 12 años había sentido la
llamada hacia la vida monástica, siendo disuadido y estudiando entonces Latín,
Artes, Teología y, sobre todo, Farmacia y Medicina, alcanzando el título de
Licenciado y Doctor. Si bien hay autores que dudan de que poseyera realmente
dichos títulos, todos coinciden en que consiguió un perfecto dominio
teórico-práctico de las mismas. A los 28 años se agudizó su vocación, entrando
en el convento de San Francisco del Monte (Villaverde del Río) en 1510, como
lego converso, en la provincia de los Ángeles. Aunque pasó allí gran parte de
su vida religiosa, sus conocimientos médicos hicieron que sus superiores le
nombraran enfermero de la comunidad y boticario de la provincia. Su fama se
extendió rápidamente y fue llamado a la corte de Juan II de Portugal,
convirtiéndose en su médico particular, así como de la reina Catalina, hermana
del emperador Carlos V, y de su esposo Juan III.
Su saber se plasma en dos obras fundamentales en la historia
de la Medicina: Metaphora medicinae (Sevilla, 1522), manual de medicina de
indudable utilidad para las enfermerías conventuales, y Modus faciendi cum
ordine medicandi. (A médicos y boticarios muy común y necesario, Sevilla,
1527). Esta última es la primera farmacopea escrita en castellano, compilada de
las obras de Galeno, de Mesué y de Nicolás, ensalza las virtudes de la medicina
y contiene la descripción de diversas enfermedades con sus correspondientes
recetas, cálculo de las dosis y propiedades de los medicamentos. Fue
prácticamente de obligada tenencia en las oficinas de farmacia hasta bien
entrado el siglo XIX. La última parte de la obra se titula Libro de notables
anatómicos, y describe las funciones vitales del hombre, aunando la Anatomía y
la Fisiología siguiendo la concepción galénica. Igualmente, la Crónica
franciscana de la provincia de los Ángeles le atribuye un Tratado contra el uso
del vino.
No obstante, serán sus obras religiosas las que más fama le
han otorgado, colocándolo entre la elite de autores místicos del quinientos.
Especialmente, la Subida del Monte Sión (Sevilla, 1535), revisada y remodelada
por el autor en 1538, en cuya edición y posteriores incluye un pequeño tratado,
a modo de apéndice ―Josephina―, obra curiosa sobre las glorias y patrocinio de
San José y que propició la veneración popular hacia el santo Patriarca.
La Subida del Monte Sión está dividida en tres partes, según
las tres fases de la vida espiritual que él propone en tres jornadas o semanas:
la vía purgativa, que se logra mediante el autoconocimiento y desprecio de sí
mismo o “aniquilación”; la iluminativa, que centra la segunda fase del camino,
en la que el cristiano descubre a Cristo, resaltando su humanidad (y especialmente
los misterios de la Natividad, la Pasión y glorificación de Cristo); y la
unitiva, que inspira la tercera parte, con la contemplación perfecta que
permite la unificación con Dios. En realidad, cada parte no propone ejercicios
para meditar en una semana, sino en el tiempo necesario para lograr un dominio
de los temas y las prácticas propuestas.
En la obra se puede apreciar una inspiración genuinamente
culta, fundada en la Biblia y en los clásicos de la espiritualidad medieval:
Ricardo de San Víctor, Francisco de Osuna, Enrique Herp y Hugo de Balma, entre
otros. A su vez, la Subida del Monte Sión tuvo una influencia capital en la
vida y obra de otros grandes místicos españoles como Juan de los Ángeles,
Baltasar Álvarez, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. Esta última
reconoce el poderoso influjo que Bernardino de Laredo ejerció en ella, al haber
subrayado en un ejemplar de la Subida del Monte Sión, con una línea roja, los
pasajes que juzgaba eran como el espejo y el molde de sus propias experiencias,
habiéndose visto reflejada allí:
[D]íjome... que pensase todo lo que entendía de mi
oración y se lo dijese. Y era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo
que era mi oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo
decir, ha poco me lo dio Dios... Mirando libros para ver si sabría decir la
oración que tenía, hallé en uno que llaman Subida del Monte en lo que toca a
unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar en
nada, que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada cuando tenía
aquella oración... (Vida, cap. 23).
Fray Bernardino de Laredo murió en 1540 (1545, según
autores) siendo enterrado en el convento de San Francisco del Monte de
Villaverde del Río, pueblo cercano a Sevilla, y cuyo convento se encuentra
actualmente en ruinas. Sin embargo, y a pesar de los malos vientos que corrían
para el monasterio, causando su abandono y destrucción, con el traslado de
algunos de sus altares, campanas y otros utensilios sagrados a Cantillana, los
restos de fray Bernardino no se perdieron. En 1771, manos piadosas los
trasladaron al convento de su Orden en esta villa, y aquí fueron colocados,
según reza la inscripción de la primitiva losa sepulcral con azulejos
sevillanos del siglo XVIII y que mide 83x55 centímetros, donde se puede leer: Aquí
yacen los huesos del V.F. Bernardino de Laredo, varón insigne en letras,
virtudes, milagros y devoción a María Santísima La Portera, trasladados con
esta prodigiosa imagen del convento de N.P.S. Francisco del Monte a éste de
Cantillana. Año de 1771.
La imagen de la Virgen a la que llamaban La Portera, pintada
en un lienzo, fue colocada en el retablo del altar mayor de nuestro convento,
en el lado de la Epístola. Tras la exclaustración del siglo XIX dejó de celebrarse
culto en el convento y se llevó a la iglesia parroquial, de donde desapareció
después de los sucesos de 1936.
Paralelamente a los preparativos que la Hermandad de la
Divina Pastora estaba llevando a cabo desde Cantillana, para culminar su
objetivo sobre los restos de fray Bernardino, surgió fruto de la casualidad
otro hecho paralelo. De todo ello dan cuenta los numerosos artículos aparecidos
en los diarios de la época como El Correo de Andalucía y ABC, entre otros.
De uno de ellos, firmado por el doctor Rafael Roldán y
Guerrero, del Instituto de España, publicado en El Correo de Andalucía el 17 de
septiembre de 1955, podemos sacar las siguientes conclusiones: No se ha escrito
mucho sobre fray Bernardino de Laredo, o por lo menos no tanto como él se merece,
pero sí lo suficiente para tener de su figura una acabada idea. De este ilustre
franciscano se han ocupado Pontes y Rosales, Olmedilla y Puig, Folch y Andreu,
así como recientemente Caballero y Villaldea, entre los farmacéuticos, aparte
de otros escritores, entre los que sobresalen Arana de Varflora y Méndez
Bejarano.
Había, sin embargo, algunas lagunas por conocer y, gracias a
la inteligente actuación de don Francisco Murillo Campos, se han podido
averiguar recientemente dos cosas de bastante importancia. Una, la localización
del convento de franciscanos en donde ejerció la Farmacia fray Bernardino de
Laredo. Otra, la determinación del sitio en que están sepultados sus restos
mortales. En una y en otra se ha logrado pleno éxito, habiendo sido más laboriosas
las gestiones para descubrir la segunda que la primera.
Se decía siempre, por los diversos autores que de fray
Bernardino de Laredo se han ocupado, que éste había ejercido la Farmacia en el
convento de Franciscanos situado en Valverde, cerca de Sevilla, sin que se
dieran más detalles. El señor Murillo logró averiguar que el citado convento,
que se llamó San Francisco del Monte, estuvo situado en Villaverde del Río (no
Valverde), pueblo cercano a Sevilla y cuyo convento se encontraba ya en ruinas.
Sobre el lugar en donde pudiera haber sido enterrado el
cuerpo de Laredo, alguien le sugirió al señor Murillo que tal vez pudiera estar
en Usagre o en Bienvenida, pueblos de Badajoz y próximos a la provincia de
Sevilla. La contestación del Ayuntamiento de Usagre fue negativa, mientras que
la del cura párroco de Bienvenida informaba de que en el centro de la cripta de
la iglesia parroquial había un ataúd deshecho por la acción del tiempo,
conteniendo el esqueleto, al parecer de un fraile, pero que no se podía
precisar de quién era.
Cabía la posibilidad de que estos restos encontrados en
Bienvenida fuesen los de Laredo, pero al estar revestido con los ornamentos
sacerdotales, cuando fray Bernardino no había sido más que hermano lego, hacían
apartar con cierta facilidad dicha posibilidad.
El señor Murillo
marchó a Bienvenida a finales de julio, acompañado por el investigador y
profesor de la Universidad de Sevilla don José Guerrero Lovillo y, tras
detenidas investigaciones, dedujeron que aquellos restos correspondían a don
Juan Riego, vicario general del Priorato de San Marcos de León, que falleció en
1498.
Estábamos, pues, como al principio, sin poder averiguar
nada, cuando llegó a manos del señor Murillo una obra editada por la Biblioteca
de Autores Cristianos, que se titula Místicos Franciscanos Españoles (Madrid,
1948), en cuyo tomo II y en la página 16, al hablar de Laredo, hay una llamada
al pie de la página que dice textualmente lo siguiente: Día 16 de Abril,
pág. 143 (Roma, 1938). Lápida sepulcral de Fr. Bernardino de Laredo, en
Cantillana (Sevilla), convento de la provincia franciscana de los Ángeles, hoy
en ruinas.
Esto aclaraba totalmente el problema. Se escribió al cura
párroco de Cantillana pidiendo confirmación, y la contestación ―por carta del coadjutor
de la parroquia― no se hizo esperar, confirmando que, en efecto, en el convento
de franciscanos situado en Cantillana se encontraba la sepultura de fray
Bernardino de Laredo, añadiendo que, por el estado ruinoso del convento, ha
tiempo se había acordado trasladar estos restos a sitio más decoroso, a la
iglesia parroquial, y que este traslado ―para el que ya tienen autorización―
pensaban efectuarlo en los primeros días del mes de octubre próximo.
El doctor Rafael Roldán se preguntaba si los farmacéuticos
españoles podían permanecer cruzados de brazos ante estos hechos, proponiendo a
la Sociedad Española de Historia de la Farmacia que tomara parte activa en la
traslación de los restos y que gestionara ante el párroco de Cantillana su
aplazamiento, sólo un par de meses, para que diese tiempo a organizar lo que se
hubiera de hacer, y que la Sociedad de Historia, puesta al habla con la
Inspección Provincial de Farmacia de Sevilla y con el Colegio Oficial de
Farmacéuticos de dicha provincia, organizaran unos actos conmemorativos de la
persona de fray Bernardino de Laredo, con ocasión del traslado de sus gloriosos
restos, actos que deberían de hacerse en colaboración con las autoridades
eclesiásticas, Gobierno Civil, Diputación Provincial, ayuntamientos de Sevilla
y Cantillana, e incluso de los franciscanos de la provincia.
Algunos lectores se estarán preguntando por qué sus restos
fueron recogidos por la Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana y
enterrados delante de su altar. Debido a los sucesos acaecidos durante la
guerra civil de 1936, nuestra hermandad perdió el retablo que enmarcaba su
precioso camarín, siendo emplazado por algunos elementos decorativos en maderas
y telas de damascos hasta que, más tarde, la hermandad decidió erigir un nuevo
retablo a su amantísima titular. El 12 de abril del año 1953 se elevó una
petición al Palacio Arzobispal pidiéndose la concesión del antiguo retablo
mayor del extinguido convento franciscano de nuestra Villa para, una vez
reformado, ponerlo en la parroquia delante del camarín. Esta licencia se
concedió el 5 de mayo de 1953. Fue restaurado y ampliado en los talleres de
Francisco Domínguez Ortiz, dorado con oro fino de ley en toda su extensión
superficial. El proyecto fue aprobado por la comisión de arte del Arzobispado
de Sevilla, afirmándolo José Domínguez e Ignacio Sáenz Guirado, con fecha del 8
de octubre de 1954.
Pero, como dice el coronel Manuel Isidoro Pérez Fernández en
su artículo “Fray Bernardino de Laredo, ovejuela de la Divina Pastora” (ABC, 25
de enero de 1956), en el antiguo convento de San Francisco quedaban los restos
de un varón insigne en letras, virtudes y milagros.
La Hermandad de la Divina Pastora no podía olvidar su
prosapia franciscana. Por eso, en 1954, solicitó, gestionó y obtuvo de la Nunciatura
Apostólica y del Arzobispado de Sevilla la custodia y autorización para el
traslado de los restos de fray Bernardino y su inhumación delante del camarín
de la Divina Pastora, a los pies de su altar.
El 10 de diciembre de 1955, con asistencia de varios
miembros de la Sociedad de Historia de la Farmacia acompañados de la Junta del
Real e Ilustre Colegio de Farmacéuticos de Sevilla y de los integrantes de la
comisión organizadora del homenaje a fray Bernardino de Laredo, se celebró un
emotivo acto, que consistió en el traslado de los restos del insigne
franciscano desde el convento de Cantillana a la iglesia parroquial, donde
recibieron definitiva sepultura ante el altar de la Divina Pastora, después de
rezarse solemne misa. En el curso del citado acto pronunció unas palabras fray
Serafín de Ausejo, provincial de los capuchinos y promotor del traslado y
homenaje, quien hizo una brillante semblanza de fray Bernardino de Laredo.
Seguidamente, acudieron al domicilio de Magdalena Artal, donde se celebró un
banquete.
A mediodía se
reunieron los farmacéuticos en el Real Círculo de Labradores de Sevilla en un
almuerzo de confraternidad. Finalmente, por la tarde, tuvo lugar en el
Paraninfo de la Universidad una velada necrológica en memoria del ilustre franciscano
y hombre de ciencia. Presidió el acto el arzobispo-administrador apostólico
doctor Bueno Monreal, a quien acompañaban el gobernador civil, rector de la
Universidad y presidente de la Audiencia, con otras autoridades y
personalidades.
En primer lugar habló Rafael Roldán, general de Farmacia
quien, a la luz de las más autorizadas fuentes, glosó la personalidad de fray
Bernardino, de quien afirmó que “si no puede decirse que sea en sentido
académico médico o farmacéutico, sí puede asegurarse su gran valía científica”.
Seguidamente, el doctor De la Vega dio lectura al trabajo enviado por el doctor
Folch, catedrático de la Facultad de Farmacia de Madrid, estudiando la
personalidad de fray Bernardino en su aspecto científico. Por último, fray
Santiago Alcalde, franciscano, estudió a su ilustre hermano en religión bajo el
aspecto teológico y místico, demostrando con textos del propio biografiado la
influencia que el espíritu de San Francisco ejerció en su carácter y en su
estilo.
En Cantillana estamos orgullosísimos de custodiar a tan
ilustre personaje, esperando, con este artículo, despertar a algunos para los
que permanecía en cierto anonimato, a la vez que reseñar la importancia que ha
adquirido en los últimos años, convirtiéndose en el gran protagonista de
estudios y tesis, tanto por parte de autores españoles como extranjeros.
Y desde aquí exhortamos a nuestra hermandad para que
restaure la primitiva lápida sepulcral y la coloque en lugar destacado. Y
pedimos al pastoreño que, cuando se encuentre ante nuestra Divina Pastora,
entorne sus ojos y repare en la inscripción que recuerda a nuestro venerable
personaje: Aquí yacen los huesos del V.F. Bernardino de Laredo, místico
franciscano, honra y prez de la Farmacia española y varón insigne en letras,
virtudes, milagros y devoción a María Santísima La Portera. Fallecido en 1540,
sus restos fueron traídos del convento de San Francisco del Monte al de
Cantillana en 1771. Con intervención de la Sociedad Española de la Farmacia
fueron trasladados a esta iglesia parroquial el día 10 de diciembre de 1955
para su inhumación solemne ante el altar de la Divina Pastora a cuya hermandad
concedió la autoridad eclesiástica la custodia de tan venerables restos.
Y le dedique igualmente una oración.
Basilio Pérez Camacho y Mª de las Mercedes Lomas Campos
(Cantillana y su Pastora, nº10)