Pontificia, Real, Ilustre, Franciscana y Muy Antigua Hermandad del Santo Rosario de la Divina Pastora de las Almas y Redil Eucarístico -CANTILLANA-

lunes, 18 de febrero de 2013

La cuaresma del Año de la Fe


Queridos hermanos y hermanas:

Con la bendición e imposición de la ceniza comenzábamos el pasado miércoles el tiempo santo de Cuaresma. La invitación a la oración, el ayuno y la limosna, que nos hacía la liturgia de ese día, nos indica el camino a seguir en este tiempo fuerte del año litúrgico, en el que todos estamos llamados a la conversión,  que nos prepara para celebrar el Misterio Pascual, centro de la fe y de la vida de la Iglesia. La participación en el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, que actualizaremos litúrgicamente en la Vigilia Pascual, exige ciertamente un “pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17), a través de la meditación más asidua de la Palabra de Dios, la penitencia, el dominio de nuestras pasiones y la práctica de la caridad.

Iniciamos la Cuaresma del Año de la fe. En el precioso mensaje para este tiempo santo, que el Papa nos ha dirigido, reflexiona sobre la relación entre fe y caridad, entre creer en Dios y el amor que nos lleva a la entrega a Dios y a los demás. Nos recuerda el  Papa que la fe  es en primer término  la adhesión personal a las verdades que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña; pero es además la respuesta del hombre al amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo.  Por  ello, la fe compromete al  entendimiento, pero  también al  corazón, la voluntad y el sentimiento. 

Muy consciente de la  profundidad de la crisis económica en el llamado primer mundo, que en el tercer mundo es una situación crónica y mucho más lacerante, el Papa titula su Mensaje con estas palabras: Creer en la caridad suscita caridad. «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). En este Año de la Fe, nos invita a vivir la Cuaresma desde la caridad.  Nos dice que la fe, que  es encuentro con Dios en  Jesucristo, debe suscitar en nosotros  el amor y  la apertura al otro,  ya que  la fe  actúa por la caridad. El cristiano –nos dice el Papa- es una persona conquistada por el amor de Cristo y, movido por este amor, debe abrirse de modo profundo y concreto al amor al prójimo, pues  “la caridad de Cristo nos apremia” (2 Co  5,14).  Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo por nosotros en la Cruz. Dios, pues, es amor y nosotros los cristianos, con admiración e infinita gratitud, hemos de acoger ese amor que nos precede y nos reclama, siendo para nuestros hermanos epifanía del amor de Dios. Sólo así nuestra fe llegará verdaderamente “a actuar por la caridad” (Ga 5,6). 

Afirma el Papa en su Mensaje que no podemos separar u oponer fe y caridad.  Ambas virtudes teologales están íntimamente unidas.  La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de la comunión con el Señor, para servir a  nuestros hermanos, paliando sus carencias e incontables sufrimientos, sin olvidar que la obra de caridad  más grande  es la evangelización, que es la promoción más alta e integral de la persona humana. 

Una fe sin obras es como un árbol sin frutos. Fe y caridad son virtudes que se necesitan recíprocamente. La Cuaresma nos invita cada año al ayuno, la mortificación, la penitencia y la limosna. Nos invita también, y mucho más en este año,  a alimentar la fe a  través de la oración más intensa y prolongada, la  escucha atenta de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos, para convertirnos,  crecer en caridad, en amor a Dios  y a nuestros hermanos que sufren las consecuencias terribles de la crisis económica. Que como el Buen Samaritano, nos bajemos de nuestra cabalgadura para curar y vendar sus heridas, tan sangrantes y tan dolientes, compartiendo con ellos nuestros bienes. 

En la praxis penitencial de la antigüedad cristiana, la Cuaresma era un tiempo propicio para la renovación de la fraternidad, la reconciliación, el perdón de las mutuas ofensas, y también para compartir con los pobres el 
producto del ayuno.  En la coyuntura que estamos viviendo, fruto de la crisis económica, hemos de redescubrir y promover esta práctica penitencial de la primitiva Iglesia. Por ello, pido a las comunidades cristianas de la Archidiócesis que, junto a las prácticas cuaresmales tradicionales, intensifiquen el ayuno personal y comunitario, destinando a los pobres, a través de nuestras Cáritas, aquellas cantidades que gracias al ayuno se puedan recoger. De este modo, nos prepararemos a celebrar fructuosamente los acontecimientos redentores, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Deseándoos una Cuaresma verdaderamente santa, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.


El Arzobispo de Sevilla
Juan José Asenjo Pelegrina