Pues bien: Jesús nos ha dejado a su Santísima Madre para que sea madre y modelo de los adoradores. Según la opinión más común, la dejó veinticinco años en la tierra, después de su ascensión a los cielos, para que pudiera enseñarnos a adorar con perfección. ¡Qué hermosa vida la de esos veinticinco años pasados en adoración!... Jesús no quería quedarse en el divino sacramento sin la compañía de su madre, no quería que la primera hora de adoración eucarística fuera confiada a pobres adoradores que no sabrían desempeñar este oficio de una manera digna. Los apóstoles, absorbidos por su obligación de velar por la salvación de las almas, no podían consagrar mucho tiempo a la adoración eucarística; si bien su amor los hubiera fijado al pie del tabernáculo, su misión de apóstoles los reclamaba en otro lugar; y en cuanto a los cristianos, a modo de tiernos párvulos envueltos todavía en pañales, necesitaban de una madre que se ocupase de su educación, de un modelo que pudieran copiar, y fue con este doble fin que Jesucristo les dejó su Santísima Madre.
-Fue María la primera en adorar al verbo encarnado, cuando, ignorado de todo el mundo, se hallaba encerrado en su seno virginal. ¡oh! qué homenajes tan dignos recibió nuestro Señor en ese primer tabernáculo animado!... qué bien servido se vio mientras habitó en él!.. Jamás ha hallado desde entonces un copón de oro más precioso ni más puro!... Jesús se complacía en esta adoración de María más que en la de todos los ángeles del cielo. ¡El señor ha colocado su tabernáculo en el sol!, dice el salmista; este sol no es otra cosa que el corazón de María...
- También en Belén fue María la primera en adorar a su divino hijo, reclinado sobre el pesebre. Ella adoró con un amor perfecto de virgen madre, con un amor de dilección, según la expresión del Espíritu Santo, sólo después de ella se acercaron a adorar san José, los pastores y los magos; María abrió ese místico surco que había de bifurcarse luego y ramificarse por todo el mundo.
Qué pensamientos tan sublimes, tan divinos, debía desarrollar en su adoración. María continuó adorando a nuestro Señor en su vida oculta en Nazaret, luego en su vida apostólica y hasta sobre el Calvario, donde su adoración fue el sufrimiento. Estudiemos la naturaleza de la adoración de María. Ella adora a nuestro Señor siguiendo sus diversos estados; adapta su adoración al estado de Jesús; el estado de Jesús determina el carácter de su adoración.
María no permaneció en una adoración invariable, sino que le adoró primero anonadado en su seno; pobre luego en Belén; artesano en Nazaret, y más tarde evangelizando y convirtiendo a los pecadores; le adoró, en su agonía sobre el Calvario, sufriendo con Él; su adoración seguía todos los sentimientos de su divino Hijo, que le eran bien conocidos y manifiestos; y su amor le hacía centrar en una perfecta conformidad y armonía de pensamientos y de vida con Él.
También a vosotros, adoradores, se os recomienda esto: adorad siempre a Jesús sacramentado; pero variando vuestras adoraciones, del mismo modo que la Santísima Virgen variaba las suyas. Relacionad y haced revivir todos los misterios en la Eucaristía; sin esto incurriríais en la rutina. Si el espíritu de vuestro amor no es alimentado por medio de una forma, de un pensamiento nuevo, os hallaréis lánguidos y secos en la oración.
Es preciso, pues, celebrar todos los misterios en la Eucaristía, como hacía la Virgen en el cenáculo. Cuando ocurría el aniversario de los grandes misterios que se habían cumplido ante sus ojos, ¿creéis acaso que ella no renovase en si todas las circunstancias, las palabras y las gracias de los mismos? Cuando llegaba la Navidad, por ejemplo, ¿creéis que María no recordaba a su divino Hijo, entonces oculto bajo los velos eucarísticos, el amor de su nacimiento, su encantadora sonrisa y las adoraciones suyas, así como las de san José y de los tres magos? Con esto se proponía ella regocijar el corazón de Jesús, renovándole el recuerdo de su amor, y esto lo repetía en el aniversario de todos los demás misterios.
María ¡enseñadnos la vida de adoración!. Haced que también nosotros, como vos, sepamos encontrar todos los misterios y todas las gracias de la Eucaristía; que sepamos hacer vivir el evangelio y leerlo en la vida eucarística de Jesús.
Acordaos, oh Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, que sois la madre de los adoradores de la Eucaristía.
(Del devocionario del venerable Pedro Julián Eymard, editado en 1913, fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento)